viernes, 12 de septiembre de 2008

Quietud


El sol del atardecer baña los campos sinuosos donde los ocres y dorados se entremezclan con distintos tonos de verde. Las espigas se mecen bajo la brisa, como un mar inmensamente verde. Sólo se oye el viento y el canto de las aves. No pienso en nada, mientras camino. Sólo observo y me dejo envolver por la serenidad que me rodea. Allá donde mire, la vida transcurre como siempre, ajena a todo lo que no sea su devenir cotidiano. No hay ambiciones, no hay preocupaciones, no hay pesares, no hay olvidos... No hay deseo. Sólo quietud, quietud y libertad. Un lujo que no se puede comprar.

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